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Blog Personal de Itxu Díaz

Punto y aparte

De ser cierto –que lo parece-, supondría una bajada de telón en la historia del periodismo nacional. De no ser cierto, el momento también sería histórica. Pase lo que pase el color del cielo ha cambiado, que dirían los indios. Punto y aparte. Nada nuevo y nada viejo. Todos los buenos han tenido enemigos. Todos los influyentes han sido pasto de la envidia. Todos los líderes son perseguidos. Todos los triunfadores sienten la tentación de la soberbia. Todos los personajes mediáticos representan un papel, que equivoca sus pasos a veces, y que pisa donde debe en otras ocasiones. Lo que sucede es que algunos pisan siempre donde no deben y equivocan casi siempre sus pasos. Pero eso es otra historia diferente.

 

Durante años he tenido claro que una cosa son las palabras y otra la libertad. Que una cosa son las opiniones, y otra la independencia. Que una cosa son los intereses, y otra la honradez. Durante años –estos últimos- le he dado vueltas a algo que ahora ya no dudo: el periodismo en España carece precisamente de esas cosas por las que ahora protesta. Se quejan por algo residual, protestan por la excepción, por lo minoritario. Si hay algo que no se perdona en esta profesión es la libertad y la independencia. No es extraño. En un gremio en el que la mayoría son irremediablemente dependientes, ¿cómo iba a soportarse y respetarse la independencia?

 

Hoy no hay vuelta de hoja. ¿No escuchan ya las palmas y jaleos del pensamiento único? Es la única alternativa. Lo políticamente correcto es agachar la cabeza ante todo lo que todo el mundo sabe. Ese “todo el mundo” que nos tiraniza, que nos humilla, que nos vuelve idiotas. Desde hoy, y desde hace años, está prohibido el salmón. Está desactivada la discrepancia. Serán marginados los que traten de ir por libre, los que traten de seguir su propio camino.

 

La campaña ha sido intensa, injusta e insoportable. Hemos escuchado de todo, hasta el punto de que nos hemos hecho suyos, por primera vez, pese a que nunca hemos querido pertenecer a nadie. Ni siquiera a ellos. De hecho, no pertenecemos –no pertenezco- a nadie, al menos de este mundo. Pero da igual. Cuando caiga –y haría falta otro milagro para que no fuera así- el último gran reducto de salmones, conflictivos e independientes, se alzarán copas en todas las casas: las rojas, las azules, las verdes y las blancas. Brindan por el mismo triunfo: el del silencio. El de la tristeza. Porque lo quieran o no, en buena parte, podremos considerarlo el triunfo del silencio. Y de la tristeza.

 

Otra cosa es lo que yo crea de todo esto. Y creo algo muy diferente a lo escribo. Las fórmulas se agotan y los tiempos mueren. Las etapas terminan en la vida. La resistencia no puede ser eterna. Y mucho menos cuando el enemigo es sucio y traidor. Los golpes cuentan, las heridas cada vez cicatrizan peor. La mente se nubla y la defensa ya no es tan precisa, las palabras no son tan exactas, las estrategias se vuelven, muchas veces, suicidas. La salud también se erosiona. Es claro que no todo en la vida merece la pena. Y cuando no lo haces por la plata, o no sólo por el metal, hay veces que es mejor saltar al vacío y darle aire a esos músculos del cuello, duros como piedras desde hace años. Probablemente la vida vuelva a abrir puertas. La decadencia profesional es permanecer pese a todo, cuando ya no hay esperanzas de casi nada. Ha de haber una razón de peso, una excusa moral, un algo de gran tamaño que justifique la sinrazón de la perseverancia sin esperanza.

 

No me quejo del maremoto mediático. Me atraen las situaciones históricas del periodismo, sobre todo al ver que mi sueldo no está implicado en ellas, que la sinceridad es virtud recomendable hasta el último suspiro. Me atraen las batallas mitad propias mitad ajenas –las muy propias causan miedo, las muy ajenas, indiferencia-, se ganen o se pierdan. Eso no me preocupa. Me preocupa, y si acaso me asquea, los que aplauden con las orejas por pura venganza, por odio. Que son legión en las últimas horas. La envidia y el odio, y a veces la traición, son las lacras de todas las épocas. Las bailarinas más feas de todas las fiestas.

 

Dicen que sobreviviremos y lo creo. La independencia no nació para morir y nosotros tampoco. La independencia y la libertad son banderas independientes y libres, no están manchadas por los errores -más que notables- de ellos y nosotros. Es más: tal vez haya que definir quienes somos nosotros y asegurarnos de que existimos. Una vez que nos encontremos no habrá mucho que temer. A mí al menos no me asusta la evolución natural de las cosas. No me preocupan los cambios de ciclo. Aunque las sonrisas y los brindis de los cobardes me avergüencen, como siempre. Y aunque incluso en la cloaca sea justo distinguir entre ratoncitos, ratones, y ratas.

 

Hay hechos y rostros que han marcado una época. Hay muchas ideas y pocas estrategias, y es de agradecer que sea así. De lo contrario no habría ningún legado que proteger. Han creado una forma de ver y analizar la vida que, aunque sólo sea por descreída y por escéptica, merece el respeto de la clase intelectual española. Siempre olvido que esa clase no existe.

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