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Blog Personal de Itxu Díaz

La ventanilla estropeada

No, no es el título de mi próxima novela. Entre otras cosas porque jamás he escrito novelas. La ventanilla estropeada en mi coche es la del conductor. Cuando el calor aprieta, el atasco ahoga, el asfalto ruge, los madrileños se cabrean y algún gallego no le funciona la ventanilla, la vida se hace un poco más difícil. Pero en todo momento creí que el problema de la maldita luna estropeada -no baja...- sólo afectaría a la temperatura interior del vehículo. Pero observad cuán equivocado estaba:

Madrid me despide a bofetadas. De calor, claro. En pleno abismo de la mañana, cuando las horas comienzan a desparramarse sobre el previo atardecer y el sol recorta el cielo en una violenta perpendicular a la tierra. Abandono la ciudad en domingo, con altas temperaturas fuera del coche y más altas dentro de él. Hago un viaje tranquilo y reposado.

Me detengo en la autopista para pagar honradamente y espeto accidentalmente la mano contra la ventanilla estropeada. Con suerte logro retener en un acto reflejo las monedas. Quedarón atrapadas entre los nudillos unas y entre mis dedos y el cristal otras. La última de ellas descansaba sobre el codo, que dejé inmóvil en forma de cuchara. Maldigo a los fabricantes de coches, porque es lo que tenía más cerca. El cobrador del autopista (¿cómo se llamarán?) me hace un gesto como si yo fuese subnormal. Que todo puede ser en esta vida. Con esa claridad de ideas que caracteriza al entrañable madrileño medio me indica, haciendo girar su muñeca repetidas veces, que debo bajar la ventanilla antes de sacar la mano. Lo miro mal. Mareado por el calor penetrante se me escapa una sonrisa incomprensible, mientras recuerdo sus muertos por dentro. Los suyos y los de los fabricantes de coches, siempre presentes.

Abro la puerta. Al bajarme veo por el retrovisor como el señor que conduce el deportivo que está tras de mi en la cola del peaje me observa diciendo muchas cosas con su gesto torcido. "Ya está el típico lento", dice con su mirada. Me bajo del coche, ahora sí. Me giro hacia él. Me subo los pantalones en un gesto fugaz y fijo mis ojos en los suyos como preguntándole si pasa algo. Pensando: Porque si quieres vienes y me arreglas la ventanilla. O me cambias el deportivo descapotable por mi coche, que también me sirve, cabrón. Cojo aire. Paz y amor, pienso. Me giro hacia la cabina del peaje. "Es que no funciona, ¿sabes?" mientras señalo la ventanilla del peaje. Pago. Le doy las gracias y no sé por qué. Me desea buen viaje. Yo no le deseo nada. Me monto en el coche y arranco pulsando repetidas veces con cierto odio el botón del elevalunas. Por si sonara la flauta. La ventanilla hace un ruído que da falsas esperanzas pero no se mueve ni un milímetro. La vuelvo a dar por perdida no sin antes plantearme reventarla de una patada. Paz y amor, repito. Prosigo el viaje con calma.

Horas después el calor se hace insufrible. Castilla es un horno y yo soy el pollo que más tiempo lleva dorándose. Las cuatro de la tarde. Ni un alma en la A-6. Canto a voz en grito una canción de Quique González. De la nada aparece un coche a gran velocidad. Se me pone detrás como una fiera y pita como un loco. Cuatro jóvenes, probables candidatos a presidentes del Gobierno, me gritan y se ríen al pasar mientras el conductor sigue pitándo melódicamente. Con la primera pitada pegué un volantazo terrible del susto. Casi me voy a tomar por saco. Que cachondos, pienso. Me adelantan lanzados como una bala. Observo la "L" de conductor novel colgado en su Renault. Miro por mi retrovisor y veo la mía. Da igual, me pararán a mí. Nunca pararán a esta panda de subnormales.

Vuelvo a la tranquilidad y a la soledad. Me aso. Observo las botellitas de agua fría que compré en Madrid. Abro una y me rocío entero. Que alivio. Recurro al rock de Seguridad Social para no echar la siesta al volante. El calor y la soledad de la hora de comer son momentos propicios.

El viaje trascurre sin más novedad. Alguna parada. Descanso, cafetito, estirar las piernas. Por fin, provincia de La Coruña. Por fin la autopista que me lleva a casa. Ya tenía ganas. La temperatura es ya un poco más suave, pero el coche sigue hirviendo. Entro en el peaje. Recuerdo lo que me pasó en Madrid y procuro tener cuidado. Paro el coche. Abro la puerta y muestro el ticket que se recoge al entrar en la autopista para que me diga cual es mi importe.

El "cobrador de la autopista", un cachondo, el tío, coge mi ticket mirando hacia otro lado. Lo veía venir. La postura es tan forzada al tener que entregar el tícket abriendo la puerta que se convierte en una odisea. Y él tampoco hizo mucho esfuerzo por evitar la tragedia. Entre mi mano y la suya corrió el aire -por suerte o por mala suerte- y el ticket salió volando. No puede ser. Maldigo a los peajes de España, a los cobradores de autopistas y, cómo no, a los fabricantes de coches. Punto muerto, freno de mano.

Salgo del coche y emprendo una vertiginosa persecución tras el ticket que se lleva el viento. El cobrador de la autopista, abandona la cabina y me persigue a mí o al ticket. No lo tengo claro. He dejado el coche encendido, con las llaves puestas y la puerta abierta, así que no puedo irme lejos. Hay unos cinco coches detrás del mío esperando a que yo alcance el ticket, pague y deje paso libre. Un amable conductor me indica que el ticket está debajo del coche siguiente al mío. Me agacho y recojo el trofeo atrapado en una rueda. Me levanto orgulloso. No me aplauden porque no es plan, pero hay que reconocer que mis reflejos fueron de libre alpina en esta ocasión.

El cobraautopistas vuelve a la cabina y hace una gracia que no recuerdo para quitar hierro. Creo que ni le escuché. Le pregunto cuanto es varias veces. Parsimonia la suya. Toda la del mundo. Me dice y le pago. "Que tenga usted buen viaje". Me monto al coche y me largo. "Y que usted lo vea, ¿ha pensado en comprarse guantas de goma para placar mejor los tickets voladores?", voy hablando sólo en el coche. Menudo cabreo, menos mal que el viaje de vuelta, salvo por estos detalles, fue una maravilla. Al fin y al cabo, si no hubiera sucedido no tendría nada que contaros en el blog... Así que ahora me río y me alegro. Pero menudo cabreo.

Moraleja múltiple: las cosas no son lo que parecen. El principal problema de una ventanilla estropeada no es el calor. Esta semana arreglo la ventanilla. Estoy deseando volver al peaje. Los fabricantes de coches siempre tienen la culpa. No sé muy bien por qué, pero con alguien tengo que descargar.

2 comentarios

metal -

el unico problema que tienes eres tu mismo que vas atontado por la vida, eres grosero con la gente, inutil y torpe, haznos un favor a todos y muerete tontopollas!!

Leo -

Suele pasar, don Itxu. Hasta que no eres conductor no te das cuenta de lo tocapelotas que pueden ser algunos detallitos. Las ventanillas sirven para pagar peajes y para sacar el brazo mientras conduces los domingos. Todos los hombres de bien saben que para quitar el calor está el aire acondicionado... ¡Cuidate! ;)