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Blog Personal de Itxu Díaz

San Juan

Se acerca la noche más corta del año, la noche mágica de San Juan. Llevo años celebrando de formas diversas esta noche "meiga" que con tanta parafernalia se vive en Galicia. De los humos de las hogueras, desde antiguo, se dibujan historias inolvidables y noches terroríficas. Al calor de la hoguera y con la tele apagada por una noche muchos recuerdan de donde venimos y a dónde vamos. Otros optan por olvidarlo.

Me gustaría este año participar de alguna celebración alternativa como he hecho en tantas otras ocasiones, no sé si será posible. Quienes lo hayan vivido saben a qué huele la noche de San Juan aquí, en La Coruña.

Todas las cosas, hasta las más divertidas, deben tener un límite natural. Como lo tiene el hombre al saltar en perpendicular o al tratar de arrastrar una masa pesada. Y nuestra pobre cultura nos lleva a disfrutar desafiando las fronteras de la leyes naturales, confundidas ya hace tiempo las del bien y el mal.

Lejos de definiciones filosóficas debo reconocer que no disfruto sorteando cadáveres etílicos por el paseo marítimo. No disfruto con legiones de animalillos aporreando con antorchas a unos pobres inocentes que disfrutan la noche en la playa cuatro hogueras más allá. No disfruto con las meadas colectivas en las farolas, ni con las prisas de las ambulancias por hacer volver a la realidad a jovencísimos inconscientes, que no siemrpe vuelven.

La parte festiva, diferente, mágica y excepcional de la noche de San Juan es tremendamente gratificante. El ritual de la hoguera, las historias, las guitarras, los amigos... me parece fantástico. El botellón comunitario que creen algunos que es la noche de San Juan, ensimismados en ordinariez enfermiza, es en realidad compartir una noche de pubs diferente, en torno a una hoguera y en presencia de los amigos. Una noche en que cada uno o cada grupo diseña su fiesta ideal y la pone en práctica. Sin que nadie se la dibuje.

Todo lo dulce que puede resultar esta celebración me sabe ácido cuando observo el desenfreno medieval e irracional con que apasionadamente cientos de personas -quiza normales durante el resto del año- parecen vivir esa noche. Se vuelve ácido por lo molesto y ridículo que resulta. Se vuelve aún más ácido porque el olor a vómito etílico resta cierto romanticismo a la "noche meiga" y porque se sube al pedestal una noche mágica, volviéndola vulgar. Todos contribuímos a alimentar esa mierda.

Pero al margen de gustos, lo verdaderamente detestable no es la prostitución de esa noche tan maravillosa, sino la gravedad de algunas de las consecuencias de un desenfreno irresponsable que en algunos casos traspasa límites insospechados, llegando a poner varias vidas en juego por una noche de copas.

Si es exagerado que me lo explique el chaval de a penas 13 años que sangraba por la cabeza tirado en un banco del paseo marítimo, mientras el matón -de unos 16 años- que le había causado las heridas iba a buscar al amigo de la víctima para aplicarle su justicia troglodita. Si es exagerado que me lo explique aquella joven -de cuerpo delgado pero exageradamente desbordado en alcohol- que tres desesperados hombres de la Cruz Roja trataban de reanimar con verdadero rostro de pánico. Si es exagerado que me lo explique aquel muchacho que había superado ya la veintena que jugaba a torear automóviles en el paseo marítimo.

Dirán que esto pasa todas las noches y, lo cierto, es que esos rostros perdidos y muchos otros, los he encontrado un mismo 23 de junio. Hablarán de ley de vida y de consecuencias de unos pocos idiotas que no saben lo que hacen y le daré la razón. Pero también recuerdo que no me merece la pena compartir noche con unos pocos imbéciles que llenan de desagrado y temor el ambiente. ¿Qué llevará en el alma aquel muchacho que entonaba la Rianxeira alzando un "litro" medio vacío mientras contempla la reanimación de la joven?

No es que piense que la batalla esté perdida. Al fin y al cabo, me apuntaría gustosamente al resto de las miles de hogueras que se producen cada noche en San Juan en la playa del Orzán, pero es una cuestión de estómago. Y si por huír de esa celebración masiva se considera perdida la batalla, siempre puedo argumentar que no busco luchar por erradicar esos pocos focos de gilipollez que estropean la velada del resto, sencillamente porque no estoy en guerra con nadie, sólo pretendo celebrar esa noche tan especial.

Reflexiono todo esto sin saber qué haré la próxima noche. Una vez más me gustaría participar en una celebración diferente, quizá en alguna playa alejada de la urbe y en compañía de unos cuantos amigos. Un San Juan más, hasta el último momento no se sabrá si lograré escapar de la rutina de Riazar y el Orzán. Los últimos años que no me quedó más remedio que tragar con todo lo anterior, decidí refugiarme en el Orzán, pero dentro de los bares. Algo es algo.

Aquí dejaré constancia del final de esta historia y aprovecho para desearos a todos una felíz noche "meiga" o no meiga, pero de San Juan.

1 comentario

fer -

Mi enhorabuena por el post. Muy bueno, me ha gustado mucho.