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Blog Personal de Itxu Díaz

artículos

Navidad sin nada

Os dejo un artículo Navideño:

Lo normal es que no le haya tocado la lotería. No se alarme. La vida sigue. Al menos hasta que llegue la lotería del Niño. Este año los españoles nos hemos dejado un dineral, apostándolo todo al azar de los niños de San Ildefonso. Un dato que oculta una tragedia, que resume con acierto mi amigo Agapito Maestre en Libertad Digital: “nadie ve cómo salir de este fiasco si no es con un golpe de suerte”. Lo malo es que la mayoría nos quedamos sin la suerte y nos llevamos el golpe. Pero da igual. Sin lo amargo no entenderíamos lo dulce. Disfrutemos, entonces.

El irrespirable ambiente de crisis económica, moral y social que sufrimos, hace que esta Navidad tenga un encanto particular. De alguna forma volveremos a comer todos esos dulces del surtido navideño que no nos gustan, porque este año nadie se atreverá a arrinconarlos en la cesta con desprecio. Desde los alfajores rancios de rebajas hasta las interminables peladillas, que parecen reproducirse en sus paquetitos, pasando por las frutas confitadas más increíbles y exóticas. Todo se come y todo se bebe este año.

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La nueva fórmula

¿Qué está pasando? Usted, como yo, lleva diez, quince, o veinte años utilizando el mismo champú. O tal vez el mismo cepillo de dientes. O quizá el mismo detergente lavavajillas. Pongamos que le gusta el olor a acelgas frescas en la cabeza, o esa magnífica sensación que deja la explosión de espuma en la boca, o que le apasiona que los vasos salgan del lavaplatos con olor a pino. Da igual. El caso es que usted no es sólo usted y sus circunstancias, sino que es también usted y su libertad de elegir el tipo de producto que desea comprar y el olor que desea desprender. Oferta, demanda y libertad. ¿No? Pues olvídese. Porque las cosas han cambiado.

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A esa intelectualidad

Tengo mis intelectuales de cabecera y no suelo compartirlos, así que no me importa hablar de ellos, ni mucho menos dirigirme a ellos desde aquí. Conténganse. Repito: conténganse. Detengan de una vez esta ridícula competición por el empleo de la palabra menos conocida del diccionario, por sacar a pasear al autor más recóndito, por emplear el argumento más extravagante y políticamente incorrecto.

El lenguaje se inventó para que los hombres pudieran entenderse. No para que los conferenciantes luzcan su repertorio de vocablos exóticos ante el asombro de la parroquia. Pero en las tertulias de radio y televisión, las prioridades de ciertos intelectuales han cambiado. La última moda es combinar el manejo de un lenguaje totalmente impostado, con las constantes acusaciones de analfabetismo a diestro y siniestro, especialmente a la clase política. Y es cierto. Basta comparar el nivel intelectual y cultural del Presidente del Gobierno actual con el de Leopoldo Calvo-Sotelo, por ejemplo, para darse cuenta de que urge desasnar a las últimas hornadas de políticos y parlamentarios, o bien echarnos todos al monte y tratar de entendernos a graznido limpio. Esta realidad es innegable. El problema es que el argumento está muy visto, muy manoseado. Y ahora, combinado con la pompa y la soberbia innata del intelectual contemporáneo, se vuelve en su boca un argumento fácil y previsible.

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De nieto a abuelo

Es inevitable. Y hermoso. Cada verano muchos abuelos se ven obligados a comunicarse con sus nietos, a los que a veces no ven en todo el año. Los padres de las criaturas, gracias a la convivencia diaria, entienden mejor el lenguaje juvenil del momento, pero quienes no están acostumbrados a conversar con adolescentes durante todo el año pueden llegar al verano habiendo perdido lo que antes se llamaba “la onda” y ahora se llama “el rollo”, “la movida”, “la crema”, o “el tilín”. Puede que lo de “el tilín” todavía no esté muy extendido, pero créanme que es mejor que “el tolón”, que conocimos de niños gracias a una pesadísima vaca lechera que no era una vaca cualquiera.

El lenguaje de los niños y de la calle se mueve en espiral. Su evolución tiene forma de muelle. No conozco muy bien las razones, pero las palabras reaparecen varias veces antes de extinguirse y se muestran de forma intermitente antes de consolidarse. Nacen de cualquier idiotez televisada, como es sabido, y se conservan maravillosamente en el caldo de cultivo de nuestro actual sistema educativo.

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Ante el debate sobre el estado de los escombros

Hay que reformar urgentemente algunos aspectos de la Constitución Española. Terminé de convencerme el día que vi a un cordobés hablar en catalán con un tipo de Ceuta a través de un sistema de traducción simultánea pagado por todos los españoles. Así que hoy, aprovechando el inminente debate sobre el estado de los escombros de la nación, publico lo más señalado de mi propuesta de reforma parcial de la Constitución, a fin de aliviar la ingente carga de trabajo acumulado de nuestros políticos.

Para empezar, el Preámbulo es un rodeo innecesario. Una croquetilla de aperitivo que distrae tontamente a los comensales, que lo que desean es acceder cuanto antes al lomo de ternera asada. Además, un Preámbulo cuyas tres primeras palabras -“La”, “Nación”, “Española”- suponen ya una apología fascista merece ser eliminado para favorecer la integración de todas las sensibilidades en el marco constitucional, y para propiciar que las sensibilidades más sensibles puedan seguir leyendo el texto sin sentirse excluidas.

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El grosor de la brocha

La gran batalla del escritor de canciones es salvar su sensibilidad. De su capacidad para conservar la inocencia, la capacidad de plasmar la belleza adquirida, o la agudeza al percibir el mundo, depende el fruto de su trabajo. Hoy esta tarea es más difícil que nunca. Y los resultados están ahí, en las canciones. Afronto hoy una cuestión compleja, de más profundidad y extensión de la habitual en esta Costa. No es casualidad. Las circunstancias obligan. Por eso creo que merece la pena afrontarlo, pidiendo disculpas previas por las posibles generalizaciones, que pueden ser injustas.

En el gran siglo de las comunicaciones, y con el relativismo haciendo que el arte sea sólo un cajón desastre donde cualquier basura es equiparable a las mejores obras de la Historia, ya nada puede sorprendernos. Hemos visto casi todos los horrores del mundo a través del televisor, o de la pantalla del ordenador. Nos hemos emborrachado de belleza, de mundo, de amor, y de arte, pero también de basura, de sangre, de contaminación intelectual, y de estupidez. Sofocados por el aluvión de estímulos de la era digital, creemos haberlo sentido todo y, en cambio, hemos olvidado precisamente sentirlo. Engullimos el mundo sin masticar y puede que el mundo nos invada y nos posea, pero nosotros a él no, porque no hemos podido asimilarlo. Los artistas no viven al margen de esta epidemia que merma el sentimiento y la razón de la sociedad más comunicada, y paradójicamente más aislada, de la historia.

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Lluvia de loros borrachos

Los ciudadanos de una localidad australiana asisten asombrados a una lluvia de loros borrachos. Lo cuenta hoy la prensa de todo el mundo. Al parecer, estos animalitos no dominan sus movimientos. Por eso al saltar de rama en rama caen contra la acera, sobre los coches, o sobre las cabezas de los transeúntes. Una vez en el suelo, se levantan y comienzan a andar con paso vacilante, dando un saltito hacia delante, tres hacia atrás, y finalmente terminan de nuevo postrados en el suelo, girando la cabeza como la hélice de un helicóptero. En cuanto a los que habían aprendido a hablar, ahora, en lugar de decir “Hola”, “Mi dueño es el mejor” o “Lorito, Lorito”, balbucean en australiano frases como “Asturias patria querida”, “Desde Santurce a Bilbao”, “¡Vamos Manoloooo! ¡No son más tontos porque no se entrenan!”. Son muy simpáticos. Todos los testigos afirman que se comportan como “borrachos” y que tras la euforia, “manifiestan reconocibles síntomas de resaca” que los biólogos del lugar sólo han podido curarles a base de “zumo de frutas y reposo”.

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De nuevo

Sus ojos nos miran desde lo alto y nos preguntan por qué. No miran, tiernos, confusos, serenos. Llorosos. Su mundo ya no es el nuestro y el nuestro no es nada al lado de su eternidad. Se fueron sin querer, sin avisar, sin despedirse, sin tiempo para soñar. Se fueron y nos dejaron con las manos vacías de cariño, de talento, de alegría y tal vez de mucha sabiduría. Más que irse, partieron de aquí violentamente obligados al destierro, y nadie les dio unos minutos para poder despedirse de aquellas personas a las que amaron, o a las que habrían podido amar con los años. Nunca podremos saber qué habría sido de sus vidas si no se hubieran dado esas trágicas circunstancias. Nunca podremos saber qué hubiera sido de ellos si esas manos salvajes, revestidas de repugnantes banderas y libertades que son cárceles, no hubieran puesto su iniquidad al servicio del más reprobable de los males, del dolor y de la sangre. Se fueron silentes sin pintar su futuro. Se fueron miles, se van millones.

La estela que dejan los inocentes, desde su cercana ausencia, es la gran cicatriz que ensombrece la dignidad humana. La vergüenza de nuestra modernidad. La prueba de la farsa de nuestro progreso, que tantas veces es regreso. Los inocentes chillan en silencio cada noche y podemos oírlos en nuestro interior. No chillan ya de dolor, sino suplicando que ablandemos nuestro oído, que abramos las puertas de nuestro corazón al sentido común, que demos la cara para que su memoria sirva para evitar otros crímenes. Nos recuerdan que nuestro silencio siempre es cómplice, y que aunque es cierto que las autoridades de la tierra pueden dejar impune cualquier atropello, no sólo de la tierra vive el hombre. Nos gritan y tal vez no queremos escuchar sus voces.

Los inocentes son los eternos niños de esta sociedad, llena de palabras pero enferma de ideales. Los inocentes son los desprotegidos, los despreciados, los que pagan las palabras vanas de unos, la ineficacia de otros, y los que han de soportar, finalmente, la absurda depravación de sus verdugos. Nos miran, como digo, en silencio y podemos oírlos: ¿Qué haréis ahora? ¿Qué haréis por mí, por nosotros? ¿Nadie responde?

A algunos les han hincado una tijera en el cuello, mientras trataban de agarrarse a la vida desesperadamente, dando los últimos manotazos con sus manos tamaño aceituna, intentando madurar a toda prisa entre sollozos. A otros los han envenenado, o aspirado brutalmente, o asfixiado. En tan sólo unos segundos, los que dure la pelea en el quirófano de la muerte, reposarán inmóviles sus diminutos cuerpos, cargados de proyectos, de amigos, de sonrisas, de luchas, de goles, de ilusiones, de ideas, de gestas valerosas y divertidas huidas, de amores, de suspensos y aprobados, de perdones, de risas, de vida. Porque son vida. Son vida siempre, incluso muertos. Por eso aún miran. Yo creo que los inocentes nunca se mueren del todo.

Después, sus cuerpos son desterrados de nuevo por cualquier desagüe, tras el nauseabundo trámite de la trituradora. Ni siquiera un puñado de tierra, una oración y una flor silvestre. Lo mínimo. Nada. Más tienen los perros cuando mueren que estas criaturas diminutas a las que no se les ha dado ni la oportunidad de decir a sus padres -como ese bello grito adolescente de libertad- que sus vidas no les pertenecen. Por eso los miran desde arriba ahora, con la pena de no haber merecido ni un poquito de su amor, por llegar en mala hora, en plena crisis económica, por no avisar o por llegar enfermos después del viaje de la eternidad a la vida. Y en la eternidad reposan, donde sí los aceptan con sus taras, con sus imprevisiones, con su divertido defecto de la falta de puntualidad. Desde allí miran y contemplan y tratan de entender lo que nadie puede explicar. Sus vidas no han sido abortadas, ni interrumpidas, sino liquidadas. Y sus cuerpos, yacen abandonados en la peor cuneta, la del desagüe o la del contenedor de deshechos humanos.

No es necesaria ni una fe, ni un catecismo, para comprender la barbarie del asesinato y oponerse a esta miseria. Es verdad que hay gente muy intoxicada ya, por culpa de este siglo tan mediático y tan enfermo de relativismo, gente que ha perdido toda conciencia natural, que ya no logra distinguir lo humano de lo inhumano. Pero tú, que aún te estremeces viendo las imágenes de los desagües humanos de las clínicas abortistas, que aún tiemblas al contemplar la cara desencajada de la joven viuda de un guardia civil, que aún crees en algo más que en la violencia, el egoísmo y el odio… ¿Qué haces para evitarlo? Créeme que te lo preguntarán serenos e ilusionados cada día de tu vida, mirándote desde su ausencia con esos ojos enormes y alegres que ni las bombas, ni los disparos, ni los venenos, ni los punzones han logrado entristecer ni entornar. Porque desde su retiro, en ese mas allá tan presente, sólo resbala alguna lágrima por sus caras cuando ven que tú –que eres de los suyos- les traicionas con tu silencio.

Itxu Díaz es director de la agencia de noticias Dicax Press.

Cocinando

Teoría y Ciencia del Guisante:

http://www.elconfidencialdigital.com/Articulo.aspx?IdObjeto=22700

El ego del columnista

El artículo de esta semana, "El ego del columnista":

El columnista es un tipo que desprecia intelectualmente a la chusma de las tertulias de los programas del corazón pero que daría cualquier cosa por tener su nómina. Alguien con un ego inmenso. Los mejores amigos del columnista son las improvisaciones de Zapatero y las ruedas de prensa de Magdalena Álvarez. Los enemigos son las prisas, la monotonía, las conferencias de Solbes, y la resaca. No necesariamente en este orden. El articulista adora a todos aquellos personajes públicos que cada vez que abren la boca regalan un buen artículo, pero aborrece a los que hacen de la mesura y de la educación su bandera. El cronista, tanto el político como el deportivo, no es nadie sin un par de buenas gansadas que llevarse a la pluma.

Leer completo aquí.

La polémica y el escándalo como recursos promocionales en el mundo digital

(Itxu Díaz, Gerenteweb.com, 20/02/09)

Sucede cada poco tiempo. Los medios de comunicación siempre han sido un trampolín publicitario de muy alto coste para los que van por las buenas y de muy bajo coste para los que van por las malas. Quiero decir que es más fácil ser portada de un periódico por asaltar un banco que por impedir un asalto. Que es más fácil conseguir una entrevista en la radio por insultar a alguien que por defenderlo. Que es más fácil ser portada de una revista por separarse que por casarse. Etcétera. El mundo digital está activando un fenómeno infinitamente más eficaz para los que viven de vender sus fechorías, de causar escándalos o de protagonizar actos supuestamente polémicos. Internet ha democratizado la prioridad de los titulares, pasando éstos a ocupar un lugar destacado cuando muchos usuarios los leen, y no sólo cuándo el editor o el redactor de turno desean situarlos en lo más alto. La prueba la tienen en esas secciones que casi todos los grandes diarios digitales tienen, que suelen llamarse “Los más visitadas” o “Lo más popular” o “Lo más visto”. Probablemente entre los dos primeros titulares encontrarán algún escándalo sexual, alguna entrevista en la que el entrevistado insulta a alguien, y un par de frases ingeniosas que encienden la chispa de la curiosidad, esa que acompaña al hombre desde que es hombre.
...

Leer el artículo completo en este enlace de Gerenteweb.com.

Homenaje a los periodistas

Mi artículo de esta semana en ECD es algo así como un pequeño homenaje al periodismo de investigación: "Dícese de una gran exclusiva".

La comisión de la muerte

Hoy ha tenido lugar la primera reunión de la subcomisión del Congreso que estudia la reforma de la Ley del Aborto. No escribiré hoy nada que no haya escrito antes.

Inocentes

Sus ojos nos miran desde lo alto y nos preguntan por qué. Nos miran, tiernos, confusos, serenos. Llorosos. Su mundo ya no es el nuestro y el nuestro no es nada al lado de su eternidad. Se fueron sin querer, sin avisar, sin despedirse, sin tiempo para soñar. Se fueron y nos dejaron con las manos vacías de cariño, de talento, de alegría y tal vez de mucha sabiduría. Más que irse, partieron de aquí violentamente obligados al destierro, y nadie les dio unos minutos para poder despedirse de aquellas personas a las que amaron, o a las que habrían podido amar con los años. Nunca podremos saber qué habría sido de sus vidas si no se hubieran dado esas trágicas circunstancias. Nunca podremos saber qué hubiera sido de ellos si esas manos salvajes, revestidas de repugnantes banderas y libertades que son cárceles, no hubieran puesto su iniquidad al servicio del más reprobable de los males, del dolor y de la sangre. Se fueron silentes sin pintar su futuro. Se fueron miles, se van millones.

La estela que dejan los inocentes, desde su cercana ausencia, es la gran cicatriz que ensombrece la dignidad humana. La vergüenza de nuestra modernidad. La prueba de la farsa de nuestro progreso, que tantas veces es regreso. Los inocentes chillan en silencio cada noche y podemos oírlos en nuestro interior. No chillan ya de dolor, sino suplicando que ablandemos nuestro oído, que abramos las puertas de nuestro corazón al sentido común, que demos la cara para que su memoria sirva para evitar otros crímenes. Nos recuerdan que nuestro silencio siempre es cómplice, y que aunque es cierto que las autoridades de la tierra pueden dejar impune cualquier atropello, no sólo de la tierra vive el hombre. Nos gritan y tal vez no queremos escuchar sus voces.

Los inocentes son los eternos niños de esta sociedad, llena de palabras pero enferma de ideales. Los inocentes son los desprotegidos, los despreciados, los que pagan las palabras vanas de unos, la ineficacia de otros, y los que han de soportar, finalmente, la absurda depravación de sus verdugos. Nos miran, como digo, en silencio y podemos oírlos: ¿Qué haréis ahora? ¿Qué haréis por mí, por nosotros? ¿Nadie responde?

A algunos les han hincado una tijera en el cuello, mientras trataban de agarrarse a la vida desesperadamente, dando los últimos manotazos con sus manos tamaño aceituna, intentando madurar a toda prisa entre sollozos. A otros los han envenenado, o aspirado brutalmente, o asfixiado. En tan sólo unos segundos, los que dure la pelea en el quirófano de la muerte, reposarán inmóviles sus diminutos cuerpos, cargados de proyectos, de amigos, de sonrisas, de luchas, de goles, de ilusiones, de ideas, de gestas valerosas y divertidas huidas, de amores, de suspensos y aprobados, de perdones, de risas, de vida. Porque son vida. Son vida siempre, incluso muertos. Por eso aún miran. Yo creo que los inocentes nunca se mueren del todo.

Después, sus cuerpos son desterrados de nuevo por cualquier desagüe, tras el nauseabundo trámite de la trituradora. Ni siquiera un puñado de tierra, una oración y una flor silvestre. Lo mínimo. Nada. Más tienen los perros cuando mueren que estas criaturas diminutas a las que no se les ha dado ni la oportunidad de decir a sus padres -como ese bello grito adolescente de libertad- que sus vidas no les pertenecen. Por eso los miran desde arriba ahora, con la pena de no haber merecido ni un poquito de su amor, por llegar en mala hora, en plena crisis económica, por no avisar o por llegar enfermos después del viaje de la eternidad a la vida. Y en la eternidad reposan, donde sí los aceptan con sus taras, con sus imprevisiones, con su divertido defecto de la falta de puntualidad. Desde allí miran y contemplan y tratan de entender lo que nadie puede explicar. Sus vidas no han sido abortadas, ni interrumpidas, sino liquidadas. Y sus cuerpos, yacen abandonados en la peor cuneta, la del desagüe o la del contenedor de deshechos humanos.

No es necesaria ni una fe, ni un catecismo, para comprender la barbarie del asesinato y oponerse a esta miseria. Es verdad que hay gente muy intoxicada ya, por culpa de este siglo tan mediático y tan enfermo de relativismo, gente que ha perdido toda conciencia natural, que ya no logra distinguir lo humano de lo inhumano. Pero tú, que aún te estremeces viendo las imágenes de los desagües humanos de las clínicas abortistas, que aún tiemblas al contemplar la cara desencajada de la joven viuda de un guardia civil, que aún crees en algo más que en la violencia, el egoísmo y el odio… ¿Qué haces para evitarlo? Créeme que te lo preguntarán serenos e ilusionados cada día de tu vida, mirándote desde su ausencia con esos ojos enormes y alegres que ni las bombas, ni los disparos, ni los venenos, ni los punzones han logrado entristecer ni entornar. Porque desde su retiro, en ese mas allá tan presente, sólo resbala alguna lágrima por sus caras cuando ven que tú –que eres de los suyos- les traicionas con tu silencio.

http://www.elconfidencialdigital.com/Articulo.aspx?IdObjeto=16272

Texto de verano

Uno de los artículos que publiqué este verano en El Confidencial Digital.

"El tránsito" (13/08/08)

Me doy cuenta de la violenta realidad del paso del tiempo cada año por estas fechas. La costa está donde siempre y huele a lo de siempre. El aire es cálido, el amanecer sigue siendo rosado y en las noches la humedad refresca las huertas y hace que el pueblo huela a vida. Todo eso no cambia nunca. Como tampoco muere el goteo de la manecilla del tiempo. Pero nosotros sí. En el mismo escenario vamos dejando atrás momentos, imágenes e historias que nunca podremos repetir. El agua del mar luce igual que siempre, la resaca traza el mismo zigzag en la arena, y dos jóvenes enamorados pasean por la orilla agarrados de la mano. Pero no son ellos. O más bien ya no somos nosotros. No, al menos, los de siempre. Los que fuimos. Otros, quizá.

No quiero resultar demasiado lúgubre, pero el árbol se va muriendo poco a poco, desde joven. Noto hoy la obstinación insolente de cada segundo al reencontrarme con los de siempre, con los amigos, con los de aquí. Lo percibo precisamente en ellos, en sus miradas, en los gestos de los que lo saben todo de ti. Han perdido arrojo y han ganado poso. Ya no persiguen a la hermosa Marta, que tenía unos ojos enormes y una sonrisa de pasarela. Ahora matarían por encontrar una Mónica, fiel y generosa, que no siempre aparece. No queda casi ninguna de aquellas quimeras frívolas y poco o nada de esas otras fantochadas de juventud. Sólo permanecen aquellas verdades que pusimos sobre la mesa una noche cualquiera a corazón abierto. Decae el músculo de la juventud más temprana, con pausa y quietud. Sí, es mejor vivir ahora, pisando el suelo, y cosechando ya los primeros frutos de tímidos aciertos, después de años de sufrir las consecuencias de los inevitables traspiés. Pero alguna tarde de verano como la de ayer se echa en falta ese lienzo en blanco. La inocencia y la frescura, al fin.

Sopla leve el aire en esta histórica roca. El mar está recubierto de estío. Aparente, pero receloso. El cantábrico siempre tiene la honradez de acompañarte en el sentimiento. Te devuelve semblantes, canciones y aromas que ya no se fabrican, y te envuelve en sueños de futuro, incluso en las tardes donde reina la nostalgia de otro tiempo.

La melancolía, como estado pasajero, no es algo tan malo. Creemos que tristeza y alegría son polos opuestos, y cada verano, en tardes así, se demuestra que eso es una reducción superflua. La ironía de nuestro tiempo es que vivimos tan bien y tan rápido que ni siquiera encontramos un hueco para el desconsuelo. Por eso la ruina del siglo XXI es la venganza de la tristeza. La pena es humana y hay que ventilarla de vez en cuando. Pero eso es inconciliable con una vida permanente en la superficie. Es necesario airear el sentimiento para que no se desborde de pronto el vaso de la tristeza. Además, la añoranza es un estado del corazón que no es incompatible con ese optimismo vital más racional, tan necesario. Marginar los sentimientos de desánimo puede llegar a deshumanizarnos. La melancolía, esporádica y serena, afina nuestro corazón y nos reconcilia con los recuerdos más felices del pasado. La tristeza es un bien, aunque su sabor sea un trago amargo. Es un gin-tonic áspero en la orilla de una playa repleta de luz, sonrisas y belleza. No seríamos capaces de apreciar tanta dulzura sin ese contrapunto amargo.

Como en el patíbulo, a pocos metros de la noche, cae ahora el manto sereno de presencias en blanco y negro, como si ya no hubiera nada que hacer por salvar el día. Atardeceres así nos llevan a echar de menos a los que se han tenido que ir, sin dejar por ello de dar gracias a Dios por los que todavía están aquí y por lo que se han subido al tren hace poco tiempo. El viaje será largo pero veloz, tal y como el que ya cargamos a nuestras espaldas.

Siempre termina así. Con el sol atrincherado tras el horizonte, sopla frío y te despiertas del viaje. Al reincorporarte ya no ves los rostros ausentes, sino las posibilidades de un futuro anaranjado por un ocaso tan real e intenso como esperanzador. Incluso ese sol poderoso y abrasador que ha tostado el mundo durante todo el día se arrodilla y se va, ya sin fuerzas, por detrás del mar. También el sol está sometido a la voluntad de quien un día quiso ponernos aquí. Entonces todo va bien. Y todo puede ir mejor.

La noche estará fresca y será más bonita que ayer. Al volver a casa los jardines, llenos de sus flores noctívagas, levantarán un bullicio radiante que nos recordará que es falso que el lienzo esté ya pintado. En realidad, el lienzo siempre está en blanco, hasta el último suspiro de este tránsito.

Itxu Díaz es periodista digital y director de Popes80.com

Filosofía con música

Ayer publiqué en el Desde La Costa de Popes80.com, "Filosofía doméstica", sobre un interesante descubrimiento musical. El avance: "Al terminar de escuchar el disco uno tiene ganas de ser un poco menos anodino, de pelear siempre por la libertad y de cosas así".

El artículo está aquí.

Inocentes

Tenía pendiente escribir "Inocentes" y el día de hoy no podía ser más oportuno para hacerlo. Artículo publicado el jueves 15 de mayo en El Confidencial Digital. Destacado: "La estela que dejan los inocentes, desde su cercana ausencia, es la gran cicatriz que ensombrece la dignidad humana. La vergüenza de nuestra modernidad".

Lee aquí el artículo

Una visión filosófica de los medios y lo que no podemos ocultar del mayo francés

Me han atraído dos artículos que he leído en los últimos días. No tienen nada que ver entre sí, pero los comento brevemente a continuación.

- Uno de Kiko Méndez-Monasterio publicado en La Razón este jueves, titulado "Más efemérides". En cuatro breves párrafos destapa una verdad de grandes dimensiones. Tamaño templo. Este texto de Kiko es así: como una gran pañoleta que cubre un templo... De pronto el autor, en unas pocas pinceladas, levanta de golpe la pañoleta dejando a la intemperie la cruda realidad. Basta de sueños y poesía: para analizar el pasado con objetividad también deben examinarse los hechos del del presente. No cuentan los ideales ni las palabras bonitas de ayer, sino los hechos de hoy. Así de malvada es la historia, y así es necesario que sea, para evitar engaños. Kiko termina así su brillante columna: "Ahora, más creciditos, recuerdan nostálgicos los tiempos en que buscaban playa debajo de los adoquines. Pero en sus despachos de la Administración, o de las multinacionales, el único ladrillo que guardan es un trozo del Muro de Berlín". Este interesante artículo de Kiko se puede leer al completo aquí.

- Y otro de Regina Martínez Idarreta en El Imparcial, titulado "Ventanas a la realidad" y publicado hace ya algún tiempo. Tal vez sea un problema demasiado amplio como para tratarlo con acierto en un breve artículo, pero siempre he creído en las columnas de opinión que plantean preguntas. Nos sobran -y escribimos muchas- columnas de opinión sentando cátedra y ofreciendo respuestas, a veces necesitamos que nos planteen preguntas. Y eso me ha sucedido con este texto de Regina sobre la influencia de los medios de comunicación en la percepción que nosotros tenemos de todas aquellas cosas del mundo que no podremos palpar y descubrir en primera persona. El mundo tiende a eso. Tal vez no conocemos mejor, pero conocemos más. Es indudable que esta revolución  es, en buena parte, tecnológica -pero también social- y dejará su huella histórica en muchos otros aspectos que condicionarán a los hombres del futuro.

Escribe Regima en El Imparcial: "vamos construyendo la realidad sumando las experiencias propias a las experiencias que nos transmiten los medios de comunicación, hasta el punto que acabamos confundiendo ambas fuentes. De hecho, muchas veces resulta difícil distinguir entre nuestros propios criterios y aquellos que los medios han ido introduciendo en nuestro esquema mental del mundo". En este punto encuentro mi única discrepancia con el texto. A fin de cuentas, es lógico que nos cueste saber con seguridad cuál es nuestro criterio y cuál nos han ido introduciendo los medios que nos rodean. Al fin y al cabo, nuestro criterio es una rica y compleja mezcla de factores, de formación, de experiencia, de reflexión y, por supuesto, de conciencia. Por eso hablamos de "formar un criterio". En ese proceso de formación la intervención de los medios -no sólo de esos medios de comunicación- es inevitable. Es más útil conservar fresca nuestra conciencia que saber distinguir entre los propio y lo ajeno. La autoría -¡en esto también!- no es lo más importante.

Casi al final del artículo, otra frase, en otro terreno, describe con admirable sencillez el complejo proceso de acercamiento al mundo que experimentamos desde pequeñitos hasta que nos vamos: "Lo que vemos a través del cristal no es la realidad, sino, en el mejor de los casos, un cuadro aproximado de la misma". Este interesante artículo de Regina se puede leer al completo aquí.

 

Leopoldo Calvo Sotelo

He dedicado mi artículo de esta semana en El Confidencial Digital a contar dos pequeñas anécdotas en recuerdo de fallecido Leopoldo Calvo Sotelo, más como ribadense que como ex presidente del Gobierno. El destacado es: "Después de endosarle el penúltimo sablazo dialéctico a algún ministro, con alguna carcajada impropia, me crucé la mirada con Leopoldo Calvo Sotelo".

El artículo se llama "Marqués de la Ría de Ribadeo".  

Músicos y artistas: idas y venidas

Los artistas se retiran y vuelven. Cada pocos días vemos cómo unos entran y otros van saliendo. He publicado en popes80.com un pequeño manual: "Manual sobre cuándo y cómo tomarse un Kit Kat". Porque aunque hay regresos traumáticos y despedidas alegres, lo importante es no tomárselo demasiado en serio. Desde el punto de vista del artista, me refiero.

Aragonés y Raúl

No he podido ver el programa de ayer. Pero he leído hoy que todos los titulares van en la misma línea. Luis Aragonés sigue sin querer llevar a Raúl a la Eurocopa. Me reafirmo -a pesar de los pesares- en lo escrito hace unas semanas en "Raúl, el capitán de España".